A los pescadores de Reta
Fue tarde entonces cuando estrené los brazos.
Cuando recibí barba y bandera
las orillas estiraban
su soliloquio entre los pájaros
y no había sino huecos espumosos
en el lugar donde se multiplicaron las barcazas.
Quién sabe dónde las redes,
en qué graves mareas se hundieron los oficios.
Llegaban cegando la luz horizontal
del crepúsculo
cargados de plata refulgente,
agotados y sonrientes bajo sus sombreros.
Victoriosos burladores de arcanos marinos
llegaban a la costa montando las rompientes,
blandiendo sus puños mordidos por las cuerdas.
Allí latían revelaciones de ultramar,
se narraba la gran ciudad del agua y el salitre,
comenzaba la contabilidad pieza por pieza
de mano en mano, centavo a centavo.
Se le cantaba al cardumen como al sol o al aire.
Llegué tarde al vértigo del oleaje,
al perfume exacto de la rosa de los vientos.
Allí, de pie, en otro siglo de huellas descalzas
tan sólo un roído barco hundido en la arena
y lejos la estela de los pesqueros invisibles
sobre cuya ruta aún trazan su círculo las gaviotas.
De vez en cuando un viejo pescador emerje
vestido de algas, de peces de relámpago,
y desata los nudos marineros de los vientos
mientras un niño, calladamente alegre
rompe el límite del agua con la risa.
Abismarse hasta agotar
la imagen allá arriba
y resplandecer de fresca
horizontalidad de azafranes,
de interminable hondura
en cualquier calle sin testigos.
Ser gota de lluvia
o pájaro que muere
de cielo roto.
O simple palabra inútil
extraviada
entre zapatos de urgente
sinsentido.
El hombre, definitivamente
ha perdido el reino
de los cielos
Asisto a la rigurosa historia
de marzo en la plaza.
Combates aéreos
metralla entre las ramas
ocupación que blande
sus rayos rigurosos.
Llegan las golondrinas
como una espada
y huyen los tordos
de los viejos plátanos.
Y la ciudad se duerme
mientras tanto
lentamente dura,
aguda seriamente,
grave
encerrada en sí misma
bajo los televisores.
Quiebro este silencio de vastedad dormida
con una piedra dócil rodando calle abajo.
La sigo anudado a su estela de pianos,
de golpes en la puerta, de azar desencontrado.
Ambos lo sabemos: el silencio roe, muerde,
deshace las más duras armaduras. Vence.
A veces es un ácido que perfora palabras,
que deja el alfabeto como trapo quemado.
Entro en la noche sin urgencia de umbrales
desafiando la ausencia en sus honduras.
Me llaman por mi nombre de fantasma,
calle abajo, las agitadas voces de la luna.
La tristeza es un canto inagotable,
todo lo rodea con su aire, lo tiñe y quien padece
amor, hambre o ausencia,se deshoja en calladas oquedades.
No supe hoy sino huecos en los brazos
diminutas mordeduras en las horas
amores lejanos, soliloquios
trepados a violentas sombras.
He visto irse el día indiferente
como una mujer que pasa en la distancia
con la mirada perdida en las palabras
que han volado.
Vengo a ovillarme en el silencio,
a desandarme, a guarecerme de mí mismo,
de las preguntas de siempre, del ayuno que llega
y la esperanza.
Digo á
de agua aire añil azares
á de adamar y de argamasa
de esencia de poema.
Digo á
de a quién o de adónde
de aquí estoy de abrazo
de acarrear ausencia
de apenas almuerzo
de ahora de
á de abordar andanterías.
Digo á
á de alba azul á de terrenal
América lanzando
su primera voz
de umbral de abecedario
de ave abanderada
de infinita
aurora.
Digo á de ardiente floresta,
de antigua raza
de abundante abrazo,
de adagio libertario,
asomando su ahora
de principio.
Digo á de arrebol austral
de axioma inexorable.
De áes en camino.
Y amo.
Besarte hasta callar de pronto la noche
Besarte hasta callar de pronto la noche
encendida en su jazmín rodante.
Hasta dolernos los huesos de deseo,
hasta no ser sino inmensa gota
de luz que te rodea.
Besarte hasta hacerle un hueco al planeta
por donde mansa corriente
llene de pinceles lo oscuro del siglo.
Besarte hasta quedar sólo conmigo
dormido en lo profundo de tu nombre.
Aprendí en las cuartillas de la rosa de los vientos
Aprendí en las cuartillas de la rosa de los vientos
destinos sin andenes y trenes fantasmas.
Voces hondamente sabias desde los andamios
apilando vocales necesarias.
Han ofrecido su pan, la jarra desbordando
vino rojo como besos clandestinos de muchachas,
el canto celebrando la memoria,
la palpable concepción de la utopía.
Los intersticios entre las palabras
como un tesoro de auroras refulgentes.
Atajos urgentes, urgencia de atajos,
el rumbo del viento en las banderas.
No me alejo de la marcha de claridad descalza,
de su algarabía de niños y herramientas.
No voy en ella sino a mi patria.
No tengo otro testino que la tierra.
Futuro posible
Descalzarse hundido en la memoria.
Enterrarse hasta que duela cada hora.
Es urgente recuperar la boca, el aliento,
los días de canto, de manos y de hombría.
Encontrar cada herramienta necesaria.
Hay que echarse a la cima del planeta
para incendiarle el cielo al nosepuede.
Urge abajo alumbrar los nacimientos.
de "Letrario de Utópolis", Linajes Editores, México, 2004.
Fue tarde entonces cuando estrené los brazos.
Cuando recibí barba y bandera
las orillas estiraban
su soliloquio entre los pájaros
y no había sino huecos espumosos
en el lugar donde se multiplicaron las barcazas.
Quién sabe dónde las redes,
en qué graves mareas se hundieron los oficios.
Llegaban cegando la luz horizontal
del crepúsculo
cargados de plata refulgente,
agotados y sonrientes bajo sus sombreros.
Victoriosos burladores de arcanos marinos
llegaban a la costa montando las rompientes,
blandiendo sus puños mordidos por las cuerdas.
Allí latían revelaciones de ultramar,
se narraba la gran ciudad del agua y el salitre,
comenzaba la contabilidad pieza por pieza
de mano en mano, centavo a centavo.
Se le cantaba al cardumen como al sol o al aire.
Llegué tarde al vértigo del oleaje,
al perfume exacto de la rosa de los vientos.
Allí, de pie, en otro siglo de huellas descalzas
tan sólo un roído barco hundido en la arena
y lejos la estela de los pesqueros invisibles
sobre cuya ruta aún trazan su círculo las gaviotas.
De vez en cuando un viejo pescador emerje
vestido de algas, de peces de relámpago,
y desata los nudos marineros de los vientos
mientras un niño, calladamente alegre
rompe el límite del agua con la risa.
Abismarse hasta agotar
la imagen allá arriba
y resplandecer de fresca
horizontalidad de azafranes,
de interminable hondura
en cualquier calle sin testigos.
Ser gota de lluvia
o pájaro que muere
de cielo roto.
O simple palabra inútil
extraviada
entre zapatos de urgente
sinsentido.
El hombre, definitivamente
ha perdido el reino
de los cielos
Asisto a la rigurosa historia
de marzo en la plaza.
Combates aéreos
metralla entre las ramas
ocupación que blande
sus rayos rigurosos.
Llegan las golondrinas
como una espada
y huyen los tordos
de los viejos plátanos.
Y la ciudad se duerme
mientras tanto
lentamente dura,
aguda seriamente,
grave
encerrada en sí misma
bajo los televisores.
Quiebro este silencio de vastedad dormida
con una piedra dócil rodando calle abajo.
La sigo anudado a su estela de pianos,
de golpes en la puerta, de azar desencontrado.
Ambos lo sabemos: el silencio roe, muerde,
deshace las más duras armaduras. Vence.
A veces es un ácido que perfora palabras,
que deja el alfabeto como trapo quemado.
Entro en la noche sin urgencia de umbrales
desafiando la ausencia en sus honduras.
Me llaman por mi nombre de fantasma,
calle abajo, las agitadas voces de la luna.
La tristeza es un canto inagotable,
todo lo rodea con su aire, lo tiñe y quien padece
amor, hambre o ausencia,se deshoja en calladas oquedades.
No supe hoy sino huecos en los brazos
diminutas mordeduras en las horas
amores lejanos, soliloquios
trepados a violentas sombras.
He visto irse el día indiferente
como una mujer que pasa en la distancia
con la mirada perdida en las palabras
que han volado.
Vengo a ovillarme en el silencio,
a desandarme, a guarecerme de mí mismo,
de las preguntas de siempre, del ayuno que llega
y la esperanza.
Digo á
de agua aire añil azares
á de adamar y de argamasa
de esencia de poema.
Digo á
de a quién o de adónde
de aquí estoy de abrazo
de acarrear ausencia
de apenas almuerzo
de ahora de
á de abordar andanterías.
Digo á
á de alba azul á de terrenal
América lanzando
su primera voz
de umbral de abecedario
de ave abanderada
de infinita
aurora.
Digo á de ardiente floresta,
de antigua raza
de abundante abrazo,
de adagio libertario,
asomando su ahora
de principio.
Digo á de arrebol austral
de axioma inexorable.
De áes en camino.
Y amo.
Besarte hasta callar de pronto la noche
Besarte hasta callar de pronto la noche
encendida en su jazmín rodante.
Hasta dolernos los huesos de deseo,
hasta no ser sino inmensa gota
de luz que te rodea.
Besarte hasta hacerle un hueco al planeta
por donde mansa corriente
llene de pinceles lo oscuro del siglo.
Besarte hasta quedar sólo conmigo
dormido en lo profundo de tu nombre.
Aprendí en las cuartillas de la rosa de los vientos
Aprendí en las cuartillas de la rosa de los vientos
destinos sin andenes y trenes fantasmas.
Voces hondamente sabias desde los andamios
apilando vocales necesarias.
Han ofrecido su pan, la jarra desbordando
vino rojo como besos clandestinos de muchachas,
el canto celebrando la memoria,
la palpable concepción de la utopía.
Los intersticios entre las palabras
como un tesoro de auroras refulgentes.
Atajos urgentes, urgencia de atajos,
el rumbo del viento en las banderas.
No me alejo de la marcha de claridad descalza,
de su algarabía de niños y herramientas.
No voy en ella sino a mi patria.
No tengo otro testino que la tierra.
Futuro posible
Descalzarse hundido en la memoria.
Enterrarse hasta que duela cada hora.
Es urgente recuperar la boca, el aliento,
los días de canto, de manos y de hombría.
Encontrar cada herramienta necesaria.
Hay que echarse a la cima del planeta
para incendiarle el cielo al nosepuede.
Urge abajo alumbrar los nacimientos.
de "Letrario de Utópolis", Linajes Editores, México, 2004.