sábado

JUAN MANUEL ROCA



 

Sueño

El sol fulge entre la fronda
donde los niños duermen
y cruza bostezando un ángel rojo.
Lejos, los patios de vecindad se llenan
de gentes que remiendan el aire
con la aguja de su parla rumorosa.
Alguien siembra un cortejo de astros.
Entre sagrados juegos
y blancas catacumbas,
tú y yo: crisálidas de viento.



Días como agujas

Estoy tan solo, amor, que a mi cuarto
sólo sube, peldaño tras peldaño,
la vieja escalera que traquea.




El tiempo

En el patio de la infancia,
dibujado con tiza,
el rostro de la niñez.
Empieza a llover.



La niebla

Ocurre la niebla. Tras ella, lo sabes,
está la casa roja con sus barandas negras.
Y el caballo blanco en el potrero. Y el viejo
con su tabaco haciendo equilibrio en la ceniza.
Lo sabes. En el zaguán de otra casa
está la bella. Y en su cabeza estás tú,
desnudo como ella está en tu corazón.
Ocurre la niebla. Sabes que tras su piel
está el parque, y más allá la iglesia
y un poco más atrás los cobertizos.
Ocurre la niebla y sin embargo
es claro que el pueblo y sus burdeles,
la plaza de mercado y sus frutas fantasmales,
están allí, tras el velo tenue
que borra hasta el silencio.
Sabes, lo sabes muy bien, que otra niebla te invade:
El olvido de la voz de aquellos que no acuden.
ocurre también la niebla del olvido.




Tierra de Nadie

Nadie
Pinta un pájaro donde hubo tigre.
Su rugido borra el silbo. Traza un árbol
donde antaño pintó un mástil.
Quién diría que bajo árbol y pájaro
duerme un tigre
mientras cruza un barco a toda vela.
Esta nube
fue sábana en su encordado,
la silla se reclina en algo que fue pared,
el cielo fue jinete azul.
Nadie ama el claroscuro,
los colores del olvido,
los pintores de nieblas.
Rembrandt y Morandi
preguntaron por Nadie.
 



Testamento de Goya

El tiempo
Ha devorado mi rostro
Como Saturno a sus hijos.
Quizá mi sordera fuera un don,
La manera de asordinar
El grito nocturno de los fusilados,
El canto feroz de la locura.
Traigo noticias de la sombra,
El sueño de la razón
Que galopa sus broncos caballos
En mi alcoba.




Artes del silencio

A veces he creído verlo
entre las grandes hordas que se fugan
por los paisajes móviles del hambre.

El regresa de las artes del silencio.

Va junto al cortejo que huye de sus casas
como de un paisaje
enjaulado por los muertos.

 


Puertas abiertas

Una puerta
abierta a la noche
y se pueblan los ruidos
las estancias.

Sus rumorosas bisagras
anuncian
alguien llegado de la lluvia
o los pasos de un lento animal
que invade el sueño.

Una puerta, una grieta
abierta en el asombro.




Aprendiz de cazador

Ella es bruja
vuela en el aire de la alcoba
como si su capa barriera mi memoria.
Yo, aprendiz de cazador,
para atraparla interrogo al fabulista,
al peregrino de los bosques.
Ella esquiva mis intentos
vuela en círculos de niebla
sobre mi cabeza atribulada.
A veces creo  que llega hasta mi mesa
como arisco animal
que abreva en un estanque,
y cuando intento descifrar su silabario
se desvanece en el aire de la alcoba.
Ella evita mis eternas asechanzas,
mis trampas y señuelos.
Así, escurridiza y evasiva es la palabra.



Carta en el buzón del viento

Sin saber para quién,
envío esta carta puesta en el buzón del viento.
Oscuros hombres han merodeado a mí puerta
con gabanes abultados por la escuadra de una lugger,
y en la noche, mientras leía a mis viejos poetas enlunados,
una legión de sombras ha roto mi ventana.
No son duendes.
No son fantasmas los habitantes de este ebrio rincón del mundo.
Y sin embargo,
nos hemos visto dando nombres propios a un vacío:
Hay un poblado de hombres desaparecidos
y es frecuente escuchar en las calles y en los bares
a gentes que hablan de abandonar un país como un barco que aufraga.
Sin saber para quién,
escribo esta carta puesta en buzón del viento,
desde una nación donde alguien proscribe el sueño,
Donde gotea el tiempo como lluvia envilecida
y la risa es condenada por traición a los espejos.

No sé a quién pedirle que abra su ventana
para que entre esta carta en el buzón del viento.






Antiodisea

Ésta soy, Penélope, la insumisa
que se niega a destejer lo ya tejido,
una mujer sola
que peina en las noches sus cabellos.
En el oleaje de mi negra cabellera
siento que Ulises se aleja, se aleja sin remedio.
No vuelvas, viejo impostor,
no regreses a Ítaca,
a la derruida casa donde tu hijo
y tu perro, tu arco y tu mujer
se fatigan de esperas y vigilias.
Quédate a orillas del lecho de Calipso, Rey de la Nada.
quédate engullendo lotos, habitando el olvido.





Palabras del cerrajero

Cerrajero del amor
pongo mi llave en tu cerrojo
para abrirte y entrar en otro mundo,
muchacha, pequeña puerta al paraíso.
Cerrajero de la noche
encierro tu voz
y un ritmo de tambores
agita la aldaba de mi pecho.
Cerrajero del paisaje
pongo mis labios en los tuyos
para sellar los límites del mar.
¿Qué hago acá, en este país del deseo?
Pongo mi llave en tu cerrojo
para abrirte y entrar en otro mundo.







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